Askotan atzera begiratuz, mila irudi etortzen zaizkigulako burura, mila hitz, mila soinu, usain, irribarre, negar, momentu, sentipen... Badagoelako zer esana eta zer kontatua. Eta talaia honetatik ikusi, irakurri, entzun, usaindu, dastatu daitezkeelako.

lunes, 15 de marzo de 2010

Gerra guztiak ezberdinak direlako

Gerra guztiak omen dira ezberdinak, eta Jon Sistiagak horrela azaltzen digu bere liburuan.

Duela hilabete inguru irakurririko liburua den arren, zita interesgarriak zituelakoan gorde nituen honakoak, zuen gustagarri izan zitezkeelakoan. Goazen liburuaren testuinguruan kokatzera. Jon Sistiaga, urte haietan Tele5eko kazetaria zen. Irakeko gerraren berri emateko ea prest egongo zen galdetu bezain pronto, hara joatea erabaki zuen. Gerra aurretik zuzenekoak egiten zituzten, baina Aznar, Blair eta Bushek Azoreetako bileraren ostean gerra aurrera eramateko asmoa erakutsi bezain pronto, Espainiako kanpo ministerioak, Bagdadetik alde egiteko proposatu zieten, arriskutsua izan zitekeelakoan. Jon Sistiaga eta bere kamara zen Jose Cousok soilik erabaki zuten Bagdadera joandako Tele5eko kazetari guztietatik geratzea erabaki zutenak. Bi izan baldin baziren ere Bagdaden geratzea erabaki zutenak, bakarra izan zen itzultzeko aukera izan zuena. Amerikarren tropek, kazetariak zeuden hotelera begira jarri zituzten euren artileria guztiak, Hotel Palestinara begira tiro egitea erabaki zuten unean. Une horrtantxe hil zen Couso.


Artikuluaren bukaeran Hotel Palestinari buruzko dokumental interesgarri baten lehen atala txertatu dizuet. Gustatuko zaizuelakoan... TO!


"no tendríamos que pagar los casi 2.000 euros que les debíamos. Era un impuesto desorbitado que había que abonar semanalmente a unos funcionarios corruptos y que iba a unas arcas desconocidas. Nosotros estábamos ya sin dinero, y Coso siempre decía que teníamos que adoptar un perfil bajo, discreto. «No hagas preguntas en las ruedas de prensa, Jon, que no se queden con nuestras caras, que no tenemos un duro.» Lo logramos, Couso, aguantamos y no les pagamos. «Pero ¿de qué nos sirvió?», le dije a la fotografía de la acreditación, si ahora ya no podemos reírnos de nuestra hazaña, ni podemos bromear con los chicos de Antena 3, que sí que pagaron.” [Pág.: 22-23]

“… cuando la guerra que estoy cubriendo finalice o mis jefes decidan que su interés mediático ha bajado, yo volveré a mi casa, a la comodidad de la ducha, la cama, la calefacción o simplemente al cariño de los míos. Entonces me siento miserable. Porque pienso que aquellas miradas tristes de niños se quedarán atrás.” [Pág.: 29]

“Es difícil para un periodista occidental aceptar presiones intolerables de este tipo, pero así eran las reglas del juego. O las aceptabas o cubrías a la guerra desde Kuwait. En aquellas reuniones había que mostrarse sumiso, disciplinado, incluso arrepentido. Había que alimentar el ego de los interrogadores con alusiones a lo bien que estaban haciendo su trabajo o a la hospitalidad del gobierno iraquí. «Nunca dijimos la palabra dictador –confesábamos-, fue el presentador de la televisión en Madrid el que lo dijo y no volveremos a intentar grabar un misil Al Samud si no tenemos permiso oficial.» Así había que negociar. Había que jurarles que no volveríamos a grabar nada de lo que no tuviéramos autorización expresa o nada que «nuestro encantador guía»hubiera denegado. No volveríamos a ser malos… (…) Teníamos vedado el acceso a las trincheras y las únicas escenas que llegaban de acción bélica las proporcionaban los periodistas incrustados con las tropas norteamericanas.” [Pág.: 114-115]

“Por eso nuestras cámaras debía viajar siempre en el suelo de los vehículos, donde robando ninguna imagen. (…) Las crónicas que elaborábamos debían ser primero, antes de ser enviadas a España, vistas por un par de tipos que decidirían sobre la idoneidad e las imágenes. Todas las crónicas que, por ejemplo, incluyeran imágenes de los bombardeos de la noche anterior, que se supone no se podían grabar, eran irremediablemente censuradas. Todas aquellas que incluyeran algún plano que esos dos tipos malcarados (…) Las radios y los periódicos, afortunadamente, se salvaron de esta penitencia, que no acababa ahí: una vez que la cinta había pasado la prueba del censor, era marcada con un sello rojo. Cuando el periodista se acercaba a las agencias internacionales que permitían enlazar con Madrid, un tercer censor, siempre callado, siempre serio, se aseguraba que la cinta que introducíamos en el vídeo para ser enviada era en efecto la marcada por el sello rojo. El celo perseguido de los tutores quería evitar que se diera el cambiazo en el último momento y se enviara otra información.” [Pág.: 122-123]


“… el ministerio y sus funcionarios habían desaparecido y ya no tendríamos que pagar los casi 2.000 euros que les debíamos. Era un impuesto desorbitado que había que abonar semanalmente a unos funcionarios corruptos y que iba a unas arcas desconocidas. Nosotros estábamos ya sin dinero, y Coso siempre decía que teníamos que adoptar un perfil bajo, discreto. «No hagas preguntas en las ruedas de prensa, Jon, que no se queden con nuestras caras, que no tenemos un duro.» Lo logramos, Couso, aguantamos y no les pagamos. «Pero ¿de qué nos sirvió?», le dije a la fotografía de la acreditación, si ahora ya no podemos reírnos de nuestra hazaña, ni podemos bromear con los chicos de Antena 3, que sí que pagaron.” [Pág.: 22-23]

“… cuando la guerra que estoy cubriendo finalice o mis jefes decidan que su interés mediático ha bajado, yo volveré a mi casa, a la comodidad de la ducha, la cama, la calefacción o simplemente al cariño de los míos. Entonces me siento miserable. Porque pienso que aquellas miradas tristes de niños se quedarán atrás.” [Pág.: 29]

“Es difícil para un periodista occidental aceptar presiones intolerables de este tipo, pero así eran las reglas del juego. O las aceptabas o cubrías a la guerra desde Kuwait. En aquellas reuniones había que mostrarse sumiso, disciplinado, incluso arrepentido. Había que alimentar el ego de los interrogadores con alusiones a lo bien que estaban haciendo su trabajo o a la hospitalidad del gobierno iraquí. «Nunca dijimos la palabra dictador –confesábamos-, fue el presentador de la televisión en Madrid el que lo dijo y no volveremos a intentar grabar un misil Al Samud si no tenemos permiso oficial.» Así había que negociar. Había que jurarles que no volveríamos a grabar nada de lo que no tuviéramos autorización expresa o nada que «nuestro encantador guía»hubiera denegado. No volveríamos a ser malos… (…) Teníamos vedado el acceso a las trincheras y las únicas escenas que llegaban de acción bélica las proporcionaban los periodistas incrustados con las tropas norteamericanas.” [Pág.: 114-115]

“Por eso nuestras cámaras debía viajar siempre en el suelo de los vehículos, donde robando ninguna imagen. (…) Las crónicas que elaborábamos debían ser primero, antes de ser enviadas a España, vistas por un par de tipos que decidirían sobre la idoneidad e las imágenes. Todas las crónicas que, por ejemplo, incluyeran imágenes de los bombardeos de la noche anterior, que se supone no se podían grabar, eran irremediablemente censuradas. Todas aquellas que incluyeran algún plano que esos dos tipos malcarados (…) Las radios y los periódicos, afortunadamente, se salvaron de esta penitencia, que no acababa ahí: una vez que la cinta había pasado la prueba del censor, era marcada con un sello rojo. Cuando el periodista se acercaba a las agencias internacionales que permitían enlazar con Madrid, un tercer censor, siempre callado, siempre serio, se aseguraba que la cinta que introducíamos en el vídeo para ser enviada era en efecto la marcada por el sello rojo. El celo perseguido de los tutores quería evitar que se diera el cambiazo en el último momento y se enviara otra información.” [Pág.: 122-123]


“… el ministerio y sus funcionarios habían desaparecido y ya no tendríamos que pagar los casi 2.000 euros que les debíamos. Era un impuesto desorbitado que había que abonar semanalmente a unos funcionarios corruptos y que iba a unas arcas desconocidas. Nosotros estábamos ya sin dinero, y Coso siempre decía que teníamos que adoptar un perfil bajo, discreto. «No hagas preguntas en las ruedas de prensa, Jon, que no se queden con nuestras caras, que no tenemos un duro.» Lo logramos, Couso, aguantamos y no les pagamos. «Pero ¿de qué nos sirvió?», le dije a la fotografía de la acreditación, si ahora ya no podemos reírnos de nuestra hazaña, ni podemos bromear con los chicos de Antena 3, que sí que pagaron.” [Pág.: 22-23]

“… cuando la guerra que estoy cubriendo finalice o mis jefes decidan que su interés mediático ha bajado, yo volveré a mi casa, a la comodidad de la ducha, la cama, la calefacción o simplemente al cariño de los míos. Entonces me siento miserable. Porque pienso que aquellas miradas tristes de niños se quedarán atrás.” [Pág.: 29]

“Es difícil para un periodista occidental aceptar presiones intolerables de este tipo, pero así eran las reglas del juego. O las aceptabas o cubrías a la guerra desde Kuwait. En aquellas reuniones había que mostrarse sumiso, disciplinado, incluso arrepentido. Había que alimentar el ego de los interrogadores con alusiones a lo bien que estaban haciendo su trabajo o a la hospitalidad del gobierno iraquí. «Nunca dijimos la palabra dictador –confesábamos-, fue el presentador de la televisión en Madrid el que lo dijo y no volveremos a intentar grabar un misil Al Samud si no tenemos permiso oficial.» Así había que negociar. Había que jurarles que no volveríamos a grabar nada de lo que no tuviéramos autorización expresa o nada que «nuestro encantador guía»hubiera denegado. No volveríamos a ser malos… (…) Teníamos vedado el acceso a las trincheras y las únicas escenas que llegaban de acción bélica las proporcionaban los periodistas incrustados con las tropas norteamericanas.” [Pág.: 114-115]

“Por eso nuestras cámaras debía viajar siempre en el suelo de los vehículos, donde robando ninguna imagen. (…) Las crónicas que elaborábamos debían ser primero, antes de ser enviadas a España, vistas por un par de tipos que decidirían sobre la idoneidad e las imágenes. Todas las crónicas que, por ejemplo, incluyeran imágenes de los bombardeos de la noche anterior, que se supone no se podían grabar, eran irremediablemente censuradas. Todas aquellas que incluyeran algún plano que esos dos tipos malcarados (…) Las radios y los periódicos, afortunadamente, se salvaron de esta penitencia, que no acababa ahí: una vez que la cinta había pasado la prueba del censor, era marcada con un sello rojo. Cuando el periodista se acercaba a las agencias internacionales que permitían enlazar con Madrid, un tercer censor, siempre callado, siempre serio, se aseguraba que la cinta que introducíamos en el vídeo para ser enviada era en efecto la marcada por el sello rojo. El celo perseguido de los tutores quería evitar que se diera el cambiazo en el último momento y se enviara otra información.” [Pág.: 122-123]